Agroquímicos y abejas, más de un siglo de historia
Por: Fabio Diazgranados Jaramillo *
Economista- Empresario apícola especialista en Gerencia Ambiental
En Colombia, como en otros países, mucho se habla en los últimos cuatro años de las causas de la muerte masiva de abejas y casi siempre con un denominador común: los agroquímicos.
Para nadie es un secreto que los agroquímicos, productos químicos de uso agropecuario o los PQUA, como se designan hoy en día, son diseñados para combatir plagas y malezas en la agricultura afectando las abejas que visitan los cultivos, siendo los insecticidas los más letales; sin embargo, el campo necesita de estos productos, pero también necesita de las abejas.
Desde hace milenios la humanidad usa sustancias para luchar contra los insectos, entre ellos el arsénico. El primer reporte de pérdida de colmenas por el uso de pesticidas data de 1.881, hace 138 años, cuando un apicultor/agricultor aplicó un producto a base de arsénico, insecticida de primera generación, para combatir una plaga en un cultivo de ciruelas. El uso del arsénico en los pesticidas fue de uso masivo hasta 1.948 cuando en USA, en el estado de Nueva York, una ley dispuso su penalización por su afectación directa a las abejas. Ambientalmente esta ley fue efectiva pero ineficaz porque si bien el arsénico llegaba a su fin, se reemplazó por el DDT, dicloro-difenil-tricloroetano y que le valió el premio Nobel 1.948 al científico Paul Hermann Muller por haber descubierto en 1.939 las propiedades del DDT como veneno de insectos, insecticida de segunda generación sintetizado por primera vez en 1.874. En este grupo se clasifican también los organofosforados y los carbamatos, muy tóxicos y letales para las abejas, afortunadamente también en desuso.
El DDT comenzó a aplicarse de inmediato con gran éxito en el control de insectos transmisores de enfermedades como el Tifus y la Malaria, y gracias a su uso se han salvado millones de vidas humanas en todo el planeta. Por muchos años el uso del DDT resultó muy efectivo contra las plagas, pero también se llevó por delante millones de abejas; solo hasta 1.973 el Departamento de Protección del Medio Ambiente de USA, abolió el uso del DDT. Veinte años después, en 1.993, el Ministerio de Salud de Colombia prohibió su importación, formulación, producción, comercialización y uso al comprobarse los efectos nocivos en humanos.
Hoy en día mucho se habla de los neonicotinoides y de los fenilpirazoles, con un par de décadas de uso, como los culpables de la muerte masiva y continua de las abejas, exigiendo su prohibición, pero nadie puede asegurar que sus reemplazos por nuevas estructuras químicas sean inocuos para nuestras queridas abejas. Hace pocos meses, Francia, país líder en agricultura intensiva reguló dicha prohibición para proteger las abejas, y al igual que en otros países, los resultados parecen no ser favorables para la agricultura, aunque es muy pronto para conclusiones.
Para un país que quiera producir alimentos con costos accesibles para cada vez más grandes masas poblacionales, la utilización de agroquímicos parece ser siempre una necesidad. Si los movimientos ambientalistas, apoyados por apicultores están proponiendo que se eliminen los agroquímicos y de paso la agricultura intensiva de hoy: ¿Estaremos dispuestos a que los precios de los alimentos se disparen al triple o más por la desaparición de esas cosechas? ¿El Estado colombiano estaría dispuesto a privilegiar la apicultura, sacrificando la mayor parte de su agricultura? Yo no creo. La seguridad alimentaria estaría más en peligro por la imposibilidad de grandes cosechas que por la disminución de abejas como agente polinizador. La alternativa de agricultura orgánica o con controles biológicos, si bien se está desarrollando es muy costosa, demandaría muchas más hectáreas de tierra cultivable y sería dramáticamente insuficiente para alimentar los siete mil quinientos millones de habitantes del planeta, con un acelerado crecimiento que en pocos años nos puede llevar a los diez mil millones, reviviendo la teoría económica del “fantasma malthusiano” en donde el hambre y la pauperización de la especie humana podría provocar su extinción.
Nuestra principal responsabilidad, y mientras otras soluciones llegan, es que debemos considerar que puede ser un “suicidio económico” ubicar colmenas en zonas con alto índice de mala utilización de agroquímicos y a trasladarnos a lugares más amigables para nuestras abejas evitando instalar proyectos productivos en lugares apartados, de difícil acceso, porque los elevados costos variables los hacen inviables económicamente. La prueba de que apicultura y agricultura deben y pueden trabajar juntas es el constante incremento de contratos entre apicultores y agricultores para mejorar la cantidad y calidad de los frutos mediante la polinización dirigida en donde, quizás, se hace uso responsable de dichas sustancias y nadie se queja de su afectación y es así como pasamos de ser cuidadores y protectores de abejas a productores de abejas para ofrecerlas como un insumo agrícola más.
Las abejas están en constante peligro en este mundo contaminado al igual que todo ser vivo del planeta. La idea de estar esperando que los demás resuelvan nuestros problemas nos lleva a otros errores. Los agroquímicos están aquí para quedarse por muchos años, aunque los obliguemos a mutar a otros principios activos. Nuestras abejas, repito, son nuestra responsabilidad; agricultura y apicultura no son divorciables, cada vez más los agricultores o fruticultores necesitan mayor polinización de nuestras abejas, son los agricultores quienes con sus mejores prácticas deben atraer a los apicultores. No podemos pensar que el gobierno nos solucione todo. Nosotros tenemos las soluciones que nos competen.
Las BPA (buenas prácticas agrícolas) tienen un hermano gemelo, las BPA (buenas prácticas apícolas), allí está gran parte de la solución.
No solo los agroquímicos afectan negativamente a las abejas, las causas son multifactoriales, algunas no dependen de nosotros como el cambio climático, la contaminación o la deforestación; pero otras si, como la malnutrición, las enfermedades, o simplemente un manejo inadecuado, entre otras, y cualquiera de ellas seguro está matando más abejas que los PQUA.
Por supuesto que se debe continuar exigiendo al Estado regular, controlar y vigilar el uso de estos pesticidas; su producción, diseño, comercialización y aplicación, pero si trabajamos en lo que nos corresponde directamente, las abejas no se extinguirán y no nos vamos a morir de hambre, gracias a los apicultores. Einstein no dijo lo que dicen que dijo.
* FABIO DIAZGRANADOS JARAMILLO
PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE APICULTORES DE CUNDINAMARCA, ASOAPICUN