Desde hace 46 años, don Rogelio López recorre sus cerca de 20 mil colmenas en Hermosillo para vigilar un ritual milenario: la polinización de frutos y hortalizas.
Por José Elías
Un caballero del norte mexicano, botas, cinturón piteado, camisa de gala azul y sombrero firmaron la estampa cortés de don Rogelio López.
Eran muy cerca de las cinco de la tarde en un paraje desértico cerca del aeropuerto de la capital de Sonora. La hora dorada se dejó caer en uno de los terrenos del apicultor para desvelar ante mis ojos un reino fascinante: las abejas.
Sólo el viento y nuestras voces se escucharon en ese momento muy cerca del apiario, un grupo de colmenas bajo la sombra del árbol más grande.
“Tenía 14 años aproximadamente y un apicultor estableció su almacén cerca de mi casa, yo me fui arrimando por curiosidad, me interesé al grado que me invitaron a salir al monte a checar sus colmenas; no me pagaban, iba a mirar y me gustó. Al cabo de un año y medio me ofrecieron trabajo”, recuerda sobre los inicios en este oficio.
“Un tercio de lo que consume el ser humano es gracias a la polinización y la abeja es la número uno”.
Apicultor desde 1972, hoy tiene entre 18,000 y 20,000 colmenas (con 30,000 abejas en promedio cada una) dedicadas sólo a la polinización de frutos y hortalizas para un grupo de no más de cinco clientes que le confían sus productos de exportación.
Sin dudas no muchos negocios como el suyo (Los Bagotes, Apicultura) puede decir mano en cintura que tienen cerca de 54 millones de empleados.
Y acostumbrado a tratar con reinas y obreras, su familia también está llena de mujeres abocadas a la abejas: su esposa y sus cinco hijas. Las tres mayores, Francisca Margarita, Alba Cecilia y Yaneli Guadalupe están de lleno en la empresa sin restricción de labores: carpintería, preparación de colmenas, aplicación de cera, reproducción de reinas, movimiento de colmenas y todo lo relacionado con la polinización en los campos sonorenses hacia la costa. Las menores, Anel Victoria y Mercedes Adilene, ayudan aunque todavía no están en edad para trabajar. “La más chica de todas mis hijas es la más alborotada para las abejas, se va conmigo al campo y hasta me llora para que la lleve”, dice don Rogelio.
El vuelo de la reina
“Una colmena se compone de tres individuos: la abeja reina, las abejas obreras y los zánganos, sementales para la fecundación de las reinas. La abeja reina es alimentada con jalea real y después de 5 ó 6 días sale al primer y único vuelo de apareamiento.”
Don Rogelio relata como una novela el proceso que se conoce de memoria desde hace más de cuatro décadas: el vuelo dura unos tres días y la reina es fecundada una sola vez por alrededor de 15 zánganos. Ella guarda el esperma dentro de su vientre en una bolsa pequeña (la espermateca), donde lo conserva por el resto de su vida, dura cuatro años. “Una reina puede dar vida hasta a 600 mil abejas y en primavera llegan a poner 2 mil huevecillos diarios.”
La reina, como en toda buena monarquía, tiene la facultad de elegir cuándo poner un huevecillo que será una obrera o un zángano. Los mismos panales tienen celdas especiales para unas y otros. La celda de zángano es un poco más grande. Cuando va aponer un huevo para abeja obrera lo pasa por la espermateca y se fecunda; pero cuando va a poner un huevo para un zángano no lo pasa por el esperma, por lo cual el zángano es hijo único de la reina, “tiene abuelo porque la abeja reina tuvo padre, pero no tiene padre porque no pasó por el esperma de los zánganos que la reina guarda.”
Don Rogelio López toma un aparato de metal similar a una regadera lleno de varas secas, hojas y algunas astillas a las que le prendió fuego y el artefacto impulsó el humo hacia el frente. “Si yo llego y golpeo una colmena sin echar humo, sin tocar puerta, la colmena se va a defender. La abeja no es agresiva es defensiva. Es igual que si voy a la casa de usted y arranco la puerta de entrada, yo no creo que le de gusto mi visita y me quiera invitar un café, ¿verdad? Usted se va a defender como ellas lo hacen de quienes las molestan.”
Después de rociar el humo destapó la colmena y ya no era el viento lo que se escuchaba sino un zumbido intenso, el vuelo de las abejas. Claramente se puede reconocer a la más grande, a la monarca, a la abeja reina.
“Necesitamos tener mayor comunicación entre apicultor y agricultor porque ellos hacen aplicaciones de ciertos productos que pueden afectar a las abejas. Siempre comento con los ingenieros que cuando vayan a aplicar un producto me lo comuniquen, para tapar mis colmenas sin moverlas y así las abeja no saldrán y evitaremos que cualquier producto entre a la colmena”, explica.
Alrededor de las abejas hay códigos que se mantienen y que permiten la armonía y ante todo, la polinización. Así, cualquier producto que se aplique en los sembradíos debe ser por las noches ya que durante las mañanas es cuando las obreras polinizan. “Si tú me matas abejas por descuido, estás matando a mis empleados y la producción va a bajar porque no va a haber el número suficiente de abejas que ocupas en el servicio de polinización.”
Según su experiencia lo que mata a las abejas no son los agroquímicos sino los procedimientos.
“Un tercio de lo que consume el ser humano es gracias a la polinización y la abeja es la número uno. Cuando veo que alguien come un pedazo de fruta deliciosa, me siento satisfecho y muy orgulloso del trabajo de mi familia y de mis animalitos”, dice a la sombra del ala de su sombrero apoyado en esas cajas que encierran una milenaria monarquía que aún sigue siendo la clave de la producción mundial de alimentos.
Rogelio López
Empresa: Los Bagotes
Lugar: Hermosillo, Sonora
Desde: Hace 46 años
“La abeja reina tiene la facultad de saber cuándo poner un huevecillo para obrera o para zángano.”
Escrito por: http://www.tierrahistorias.com/rogelio-lopez/